jueves, 24 de febrero de 2011

Ojo con el humo verde


El ambientalismo garpa, no hay dudas. Pocos discursos tienen semejante llegada social porque, a decir verdad, no es muy difícil oponerse a la transformación de las aguas en lagunas de Cindor pútridas y a la violación sistemática y confinamiento de los pingüinos de Mozambique (?). Sin embargo, en países dependientes como el nuestro, esta construcción simbólica puede resultar bastante tramposa. Enarbolado por las progresías urbanas y las buenas conciencias de las ONG, su intervencionismo moral (a decir de Tony Negri) en la escena pública desconoce -siendo buenos- u oculta una toda una trama de intereses y de poder que son trascendentales para aprehender  e interpretar parte del cuadro de lo que solemos llamar “realidad”.

Habría que interpelar a quienes levantan con fanatismo los estandartes verdes sobre qué modelo de nación pretenden y cómo inscribirla en el plano internacional. El peligro del ecologismo bobo radica en que llama a la inmovilidad político- gubernamental a la hora de tomar decisiones geopolíticas que forman parte del abecé necesario para un desarrollo pleno, siempre postergado gracias a los poderes históricos vernáculos y apéndices de los de ultramar; por ende, esa postura más estética que política resulta claramente funcional al poder concentrado transnacional.

No, gracias muchachos, paso. Esa historieta se las regalo a los partidos verdes europeos nacidos y fortalecidos después del fracaso del realismo socialista. Los comunistas, con mucha vergüenza, le fueron dejando lugar a esas sectas que tienen como estandarte a Daniel Cohn Bendit, el "rojo" del Mayo Francés, hoy reconvertido en un europarlamentario: cabal evidencia de porqué por aquellos lares los Berlusconi, Sarkozy, Merklen, Cameron, Rajoys y otros derechistas gozan de perfecta salud. Vaya la salvedad de Brasil, donde nada menos, salieron terceros enviando a Dilma a segunda vuelta poniendo en riesgo el proceso iniciado por Lula. Un llamado de atención para toda la región, al igual que cierta utopía indigenista radical muy arraigada en los países andinos.

La Argentina, para fortalecer su posición en el mundo, emplear más mano de obra y reducir la pobreza, necesita de industrias, no hay demasiada vuelta. Y para más industrias, se precisa más energía (nuclear, hidroeléctrica, gasífera), que a su vez, la militancia ambientalista cuestiona desde el vamos sin importarle demasiado la complejidad de la cuestión. En el interior del país, sobre todo en las provincias más pobres, los Estados tienen un rol preponderante en la creación de empleo y en las relaciones tutelares de sus sociedades, justamente, por la falta de alternativas para su gente: sin papá Estado la cosa se complica y es allí cuando muchos compatriotas deciden amucharse en los centros urbanos para vivir no de la mejor manera. El quid de la cuestión se encuentra en que en las provincias están los recursos naturales que deben ponerse en marcha -con criterio, seriedad, evitando el saqueo y los desastres, obviamente-, porque es inadmisible desde lo moral e ideológico presuponer que el país se tiene que convertir en un gran parque nacional. ¿Y qué le damos a la gente de morfar? ¿Cómo engrosamos la denostada caja del Estado si no se produce, exporta o consume? Después, encima, esos mismos agudos observadores de la realidad se quejan del clientelismo gubernamental predominante en las "atrasadas provincias".

Para colmo de males, las clases dominantes argentas cargan con la herencia parasitaria histórica nacional, eterna mendigas de subsidios estatales y nulo compromiso con el desarrollo autóctono en virtud del grosor de sus cuentas bancarias, llegando incluso a respaldar a gobiernos que después los han embromado de cabo a rabo. En ese marco, por supuesto, el desafío, creo, es establecer prioridades y no caer en el falso debate binario ambiente o industria, pero también es urgente desterrar ese berreta discurso progre verde, facilista y de fácil penetración y que desvía el eje de la discusión. Argentina debe ampliar su matriz industrial pero sin perder de vista el medio ambiente, aunque con la plena conciencia que eso sin dudas algún costo de ese tipo se deberá pagar, salvo que se quiera instaurar la purísima fábrica agraria comunal alla camboyana. La realidad, queridos amigos, siempre es más compleja que los floridos enunciados.

Jack Duluz

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