jueves, 13 de enero de 2011

Zoncera N° 13 Este país de m...

Al tilingo la m... no se le cae de la boca ante la menor dificultad o desagrado que les causa el país como es. Pero hay que tener cierta comprensión para ese tilingo, porque es el fruto de una educación en cuya base está la autodenigración como zoncera sistematizada. Así, cuando algo no ocurre según sus aspiraciones reacciona, conforme a las zonceras que le han enseñado, con esta zoncera también peyorativa.
La autodenigración se vale frecuentemente de una tabla comparativa referida al resto del mundo y en la cual cada cotejo se hace con relación a lo mejor que se ha visto o leído de otro lado, y descartando lo peor.
Jorge Sábato me cuenta que en Nueva York, recibido por un grupo de norteamericanos a quienes acompañaba un argentino, le faltó tiempo a éste para preguntarle como primera noticia de su Patria: —"¿Buenos Aires siempre lleno de baches?" Jorge le dijo: —"Si, hay muchos y te podés romper una pierna. Pero si aquí te metés en el subterráneo después de las cinco de la tarde es casi seguro que te rompen algo... ¡Bueno, todo va en gustos! Yo prefiero romperme una pierna... y en un bache".
Pudo agregarle que si se metía en Harlem podría ser víctima de la discriminación racial del poder negro, como podría serlo del poder blanco un "negro" argentino que se metiera en Little Rock.
Sin embargo, lo que pasa en el subterráneo de Nueva York, en ciertos barrios de Chicago o en Detroit entre negros y blancos, no nos autoriza, ni a los norteamericanos ni a nosotros, a suponer que eso solo —y los demás aspectos desagradables— den la imagen total de los Estados Unidos. Y mucho menos a un norteamericano, que de ninguna manera dirá que su patria es un país de m... Seguramente pensará a la inversa. Tampoco le ocurrirá al francés, al alemán, al suizo, al inglés o al chino; no excluyo que haya zonzos en todos estos países, pero no en la cantidad que aquí y en posiciones dirigentes. Seguramente estarán más cerca de nuestro guarango, aquel que mide por el tamaño del bife la significación de lo nuestro. Ya lo veremos a éste, el que canta con Gardel "Mi Buenos Aires querido...".
Y aquí viene otra zoncera, que es la de afirmar que Buenos Aires está mal nominado porque tiene un clima intolerable. Lo cierto es que Buenos Aires sólo tiene 50 días, a lo sumo, de calores fuertes y no alcanzan a 60 días los fríos o lluviosos, a los que opone una temperatura media, una abundancia de días luminosos, de cielos increíblemente azules y de noches maravillosamente estrelladas, como creo que hay en pocas ciudades en el mundo. Pero el tipo, en cuanto transpira un poquito y no puede estar en Mar del Plata o en Punta del Este, sólo atina a decir: "¡Esta ciudad de m...!".
En otros libros he hablado de estas dos actitudes opuestas entre el detractor y el guarango sobrador. La de este último es constructiva y no se apoya sobre una derrota previa. La fanfarronería —más porteña que argentina— es susceptible de corrección. ¿Pero cómo corregir al tilingo que es el fruto buscado de una formación mental a base de zonceras peyorativas que con el respaldo de próceres al caso, ha afirmado nuestra inferioridad como punto de partida inseparable de su "civilización"?
El técnico que se evade con contrato afuera, de preferencia en dólares, es uno de los que más emplea la expresión. Y también el que la justifica. Se comprende al primero pues tiene la mala conciencia de saber que se va del país sin devolverle lo que éste le ha dado. (Nuestro estudiante universitario cree que su papá, o él mismo, si la trabaja de self made man, son los que le han pagado la carrera cuando en realidad no han contribuido sino con una alícuota ínfima porque aquí la enseñanza universitaria es un servicio público. Así en lugar de creerse deudor cuando se gradúa, se cree acreedor).
Lo mismo que el evadido pontifican los que lo defienden desde la prensa. No es sólo la Argentina sino el mundo entero quien proporciona técnicos al país de más recursos y de técnica más adelantada. Dicho sea en favor de los mejores de éstos que muchas veces van a perfeccionar sus conocimientos para luego retornar. Pero los justificadores de los evadidos para hacerlo apelan también a la denigración. Ahora somos un país de m... porque no los retenemos. Hace 25 años para la misma gente, cuando los técnicos se importaban porque no los había, éramos un país de m... por la razón inversa.
Pero en realidad se trata siempre del juego de la mentalidad colonial.
Después de la guerra los técnicos de los países vencidos se propusieron trasladarse en gran cantidad a la Argentina que se encontró, en razón de su neutralidad durante el conflicto, con la posibilidad de adquirir gran parte de la técnica alemana. En cuanto comenzaron a venir, algunos, los Santander y demás yerbas imputaron nazismo al gobierno que posibilitaba su venida e hicieron una campaña de difamación destinada a impedir que la Argentina adquiera ese capital. Entre tanto los rusos y los norteamericanos se los disputaban técnico por técnico valiéndose desde el soborno hasta el secuestro, y grande ha sido su contribución, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética, para el desarrollo tecnológico de los mismos. Después de la revolución de 1955 los pocos técnicos germanos que vinieron tuvieron que huir. ¿Adónde? A Rusia o a Estados Unidos. Y esto contó con el apoyo de la prensa que ahora se aflige por la evasión de técnicos. Como se ve, en este caso más bien que de un complejo de inferioridad se trata de una clara actitud de agentes provocadores.
¡Este país de m... que da refugio a los técnicos nazis! ¡Este país de m... que permite la evasión de sus técnicos! Palos porque bogas y palos porque no bogas.
En este momento se está renovando la cañería de gas de la calle Esmeralda, donde vivo. Y los mismos vecinos que protestaban porque escaseaba el combustible protestan ahora porque se están haciendo las obras que lo darán en abundancia. ¡Y siempre este país de m...! Lo dice el vecino y lo dice el conductor de vehículos que tiene que desviarse y el pasajero del colectivo. Ningún órgano de opinión se preocupa de explicarle a la población que las constantes aperturas de calles —por el gas, la electricidad, las obras sanitarias, etc.— tienen su causa lógica en que Buenos Aires se modernizó justamente a principios de siglo y de un solo golpe en la parte céntrica, por lo cual también al mismo tiempo termina la vida útil de las instalaciones dentro del radio céntrico. No así en los barrios cuya urbanización se escalonó en el tiempo.
Con un poco de amor al país todos los órganos de publicidad debían dar esta explicación pero no lo hacen porque subconsciente o conscientemente piensan que este es un país de m... y hay que provocar lamentos y no afirmaciones optimistas. En la misma página o en la siguiente nos informan que París se está blanqueando íntegramente, o de cualquier obra de progreso que se realiza en otro lugar del mundo, con los mismos inconvenientes transitorios para los pobladores... Pero cuando se trata de lo que ocurre en el exterior no se trata de un país de m... sino todo lo contrario.
No pretendo, caso por caso, señalar el empleo de esta amable, si que escatológica imagen del país, pero interesa a través de lo referido señalar cómo hay una natural predisposición denigratoria que no es otra que el producto de una formación intelectual dirigida a la detractación de lo nuestro. El lector no tiene más que hacer memoria, y verificar en él mismo, el continuo uso que hacemos de la expresión. Porque también, yo pecador, empecé de niño fenómeno:

En el cielo las estrellas,
en el campo las espinas,
etc., etc.
Y ya crecidito más de una vez salí con lo de este país de m...

(Arturo Jauretche, Manual de zonceras argentinas, Zoncera Nº 13 Este país de m..., pp. 96-99)

miércoles, 5 de enero de 2011

El Pibe Cabeza


Un seguro adorador del gran capital, diría él, pa' provocar nomás, Coca en mano

La nota de Martín Pérez que descubrí lotra noche (Chinaski Wiesler, un gusto) sobre el enorme uruguayo de apellido Escanlar y seudónimos anónimos. Escritor, periodista, multifacético, que oí nombrar por primera vez en una de las primeras La Mano. Y que no conocí ni conoceré porque su último paro cardíaco lo levó hace más de un mes. Pero me gusta como suena: e-nor-me, como su infinita tesis antibucólica del "Montevideo enchufado", esa que anticipó, sería 2004 2005, en su ensayo "Montevideo bizarro". Porteños, LTA (La tenemos -bien- adentro)

Por Martín Pérez

Hace poco más de una semana, Gustavo Escanlar murió de un paro cardíaco en su ciudad, Montevideo, a los 48 años. Surgido de las filas del periodismo alternativo de los ’80, entre la rebeldía, el dark y el malditismo, también se fue convirtiendo en un personaje mediático querido, odiado e irritante. Escribió varios libros de poemas, cuentos y novelas que lo ubicaron en el realismo sucio y bien urbano, como Oda al niño prostituto, Estokolmo y La alemana. También había participado de la antología McOndo. Absolutamente crudo, sincero y confesional, su obsesión literaria era perforar la imagen de una Montevideo tranquila, provinciana y sepia.

Ahí está el dedo medio bien extendido, detrás del plástico que cubre su pecho desnudo, y ese rostro con los ojos cerrados y un rictus extraño. Ojeroso, mal afeitado y de pelo corto, no hay ninguna placidez en el rostro de un Gustavo Escanlar que se despide como corresponde antes del sueño eterno. No en vano en alguna entrevista, cuando le dieron a elegir entre Clash y Sex Pistols, su respuesta fue Sid Vicious. Cinco años atrás, aquella foto formó parte de una producción para una entrevista de tapa publicada por la revista uruguaya Freeway. A pesar de su contundencia, con Escanlar en plena montaña rusa de su fama massmediática –primero como famoso de jornada completa, luego como despedido de todos los lugares que solía frecuentar–, aún por entonces fue considerada como demasiado morbosa como para ubicarla en la portada y por eso hay que buscarla en las páginas interiores. Apenas una semana después de la sorpresiva noticia de su fallecimiento por un paro cardíaco a la tan temprana edad de 48 años, es imposible no sentir escalofríos ante una imagen que, de poder hacerlo, Escanlar elegiría sin dudas para ilustrar una despedida que, allá en Uruguay, aún resulta polémica.
“Qué sponsor, la muerte”, aparece diciendo el poeta Horacio Buscaglia en uno de los fenómenos uruguayos del último tiempo, el documental Hit, que recorre el origen de los temas más emblemáticos del cancionero oriental. Autor de la letra de un himno como Príncipe azul, Buscaglia se refiere al autor de la música e intérprete del tema, Eduardo Mateo, pero la frase sirve para tanto mito celeste ignorado en vida y celebrado recién después de su muerte.
Como buen rebelde, maldito y desmitificador de tradiciones, Escanlar nunca se sentó a esperar semejante sponsor. Por eso se dedicó a lanzar dardos verbales contra toda vaca sagrada del tan estratificado escalafón cultural del país vecino, ya sea una costumbre de postal como las llamadas del carnaval montevideano –que desautoriza desde el mismísimo comienzo de su único libro editado de este lado del Río de la Plata, La Alemana (2009)–, así como un intocable como Mario Benedetti, blanco predilecto de sus desaforadas críticas desde su más tierna edad. Sin embargo, si tantas bravatas periodísticas, radiales y televisivas supieron darle una curiosa y ambivalente fama en Uruguay –así como propiciaron más de una caída en público–, recién ahora tal vez sus compatriotas dejen de lado la pereza intelectual o los prejuicios idiotas que señaló su colega y compañero generacional Gabriel Peveroni al despedirlo en el semanario Caras y Caretas, y se permitan leerlo por primera vez en serio. Y de este lado del charco, tanta revalorización condescendiente de la literatura uruguaya debería hacerle un lugar de una vez por todas a este maldito puro y duro, que insiste en mostrar desde cada uno de sus contados poemas, cuentos y novelas, el otro rostro de su Montevideo, una ciudad para nada unplugged, sino muy bien enchufada.

SIN TREGUA


“Me fui sin saludar. Me gusta irme así de los lugares, de las vidas. Así es como va a ser cuando te mueras, no te vas a despedir de nadie, vas a dejar clavado a todo el mundo, no vas a tener que dar explicaciones de nada”, se puede leer en Gritos y susurros, el cuento que cerraba la antología McOndo (1996), de Alberto Fuguet y Sergio Gómez, y que presentó la contundente escritura de Gustavo Escanlar más allá de las fronteras de Uruguay.
Por entonces, hacía tiempo que el Cabeza –como siempre lo apodaron cariñosamente sus amigos– había dejado de tener una vida normal y ordenada, de la que se jactaba a la hora de recorrer su historia. Aunque algo rebelde, había sabido ser el mejor alumno, formaba parte del coro a la hora de los actos de fin de curso, se cruzaba a Buenos Aires para ver The Wall pero –como contó alguna vez– tenía miedo de que la policía lo estuviera esperando a la salida del cine para llevarlo preso. Después, en la época de la secundaria, ya no era el mejor alumno, sino que era el periodista de su clase, y llegó a sacar un par de revistas burlonas. “Cuando me descubrieron aprendí una lección que me acompañó durante toda la vida: ante la autoridad, negá siempre.”
Aquella práctica se continuó luego en los dos números del fanzine Suicidio colectivo junto a Lalo Barrubia, que aparece en el fundacional documental Mamá era punk (1988) renegando de todas las virtudes uruguayas. También inmortalizado en la misma filmación, Escanlar formó parte de la organización de Arte en la lona, un espectáculo que congregó a todo el under montevideano en el Palermo Boxing Club, suerte de anti-festival contra la Muestra Internacional de Teatro que se estaba realizando en ese momento. Por entonces ya había abandonado los estudios de Medicina y se había embarcado en su primera polémica pública. Con Benedetti, claro.
“Justo cuando dejé la facultad, el semanario Aquí publicó una entrevista a Benedetti donde decía no sé qué de los jóvenes, medio que los puteaba, decía que estaban en otra –contó alguna vez Escanlar–. Y yo, que había leído al viejo en libros forrados para que los milicos no supieran que lo leía, que me había emocionado con La tregua y con Montevideanos, esperaba que hubiera vuelto un poco más generoso con nosotros, con los pendejos que lo llegamos a adorar y no tuvimos más remedio que comérnosla acá y que tratábamos de conseguir todo lo que hacía en Buenos Aires, o con algún amigo que viajara a Europa. Me calentó esa soberbia de don Mario y escribí una carta diciendo todas las cosas que estaban haciendo los jóvenes y que los viejos ninguneaban desde revistas como Brecha, sobre todo.”
Aquélla fue la génesis de una carrera que terminaría ubicándolo en la vereda de enfrente del periodismo cultural progre y de izquierda uruguayo. Una vereda aparentemente de derecha, pero que fue el único lugar que le dio refugio a la idea que Escanlar tenía del periodismo. “Gané un concurso de periodismo en Brecha. Mirá qué mezquindad: el primer premio lo declararon desierto. A mí me dieron la primera mención. El segundo y tercer premio también desiertos. Fui a hablar dos o tres veces con los capos de la revista. No nos entendíamos. Ellos querían que escribiera y que pensara igual que ellos. Y yo leía Cerdos & Peces”, se explicó en su momento el autor de Oda al niño prostituto (1993), su contundente primer libro de poemas y cuentos, que funcionó como su carta de presentación ante los compiladores de McOndo.

OTRO MONTEVIDEO


“En determinado momento de mi vida de clase media, me di cuenta de que todo era mentira. Me había pasado horas estudiando, horas en asambleas discutiendo, horas en los boliches hablando de la dictadura del proletariado, de Gramsci y de Foucault. Horas cogiendo en nombre de la revolución, del hombre nuevo. Sí, también leí a los beatniks y me la creí, aunque las carreteras uruguayas fueran una mierda y la rute sixty six fuera solo un serial y no pudiera ver televisión por contrarrevolucionaria y adormecedora de conciencia. Así que cuando terminó la dictadura zarpé. Me mudé solo al apartamento de la calle Salto y lo convertí en una cueva de drogos y ladrones. Los únicos que entraban ahí eran mis amigos del barrio, los que habían tomado otro camino, los que no habían elegido. Ellos sí son de verdad”, escribió el siempre confesional Escanlar en Estokolmo (1998), una novela que aún hoy le estalla en el rostro al ocasional lector, no tanto por su trama –una especie de perverso chico-conoce–chica, deudor de Tarantino– sino por la ventana a ese otro Montevideo, donde a su autor le gustaba asomarse.
“Estoy podrido. Cada vez que un diario o una revista argentina habla de Uruguay, lo hace con una mezcla de paternalismo y ternura, de piedad y buena onda”, escribió en Montevideo Bizarro, una de las pocas notas que publicó de este lado del charco, en la revista La Mano. “Primos del otro lado del río, están equivocados. Ese Uruguay de foto sepia y calma chicha que les vendemos y que ustedes, satisfechos y sonrientes, compran, ese Uruguay no existe.” El que existe en el universo Escanlar, en cambio, es un Uruguay sin discursos progres ni calles empedradas. Eso es lo que se lee en sus novelas, ya sea Estokolmo –que se supo ver en el Buenos Aires del uno a uno, pero que nunca llegó a Uruguay– o Todo lo que sé de Gala (2005), primera versión de La Alemana, una suerte de continuación de su primera novela. De hecho, aunque las separa casi una década, Escanlar confesaba que las había escrito en la misma época.
“Su arma fue la palabra, y un estilo seco que siempre impresionó por su precisión y ritmo. Pocos en la literatura uruguaya –y mucho menos en la prensa– escribieron como él, con un manejo impecable de la técnica y una capacidad para decir lo que exactamente quería, para mandar el dardo con la mejor puntería, para manejarse con maestría en el difícil borde de la ficción y la realidad”, explica Peveroni de un autor en el que, lamentablemente, el personaje mediático no le dejaba mucho tiempo al escritor. Parecía tener más tiempo para los traspiés públicos, como la acusación de plagio por una reseña publicada en Búsqueda –en la época en que no tenía casi tiempo libre, apareciendo en radio y en televisión– que tenía curiosas similitudes con otra, ajena, que se podía encontrar en Internet, publicada en Chile. O el escándalo público de un par de años atrás, que lo hizo terminar en terapia intensiva por una mezcla de sobredosis de cocaína y mala praxis médica. “Me serví un gramo entero, de una, sin repetir y sin soplar. Quedé como Juan Castro, pero me faltaba el balcón. Rabioso, sacando espuma por la boca, a medio vestir, salí corriendo por la calle, sintiendo que me perseguían”, confesó en su último e impactante artículo, publicado por la revista colombiana El Malpensante. “Terminó esa noche parapetado detrás de los estantes de un supermercado, tirándole yogures a los policías”, es como contó un admirado Jaime Bayly en su programa de televisión la anécdota que a Escanlar casi le cuesta la vida –porque estaba tan alterado, que en el hospital le inyectaron un tranquilizante que le provocó una reacción alérgica– y lo obligó, nuevamente, a empezar de cero.

NO SOMOS TURISTAS


“No sé si dormirme de nuevo, si pegarme un saque o si suicidarme. Me pego un saque. Hay quien dice que eso es suicidarse lentamente, que es el suicidio de los cagones. Me pongo a escribir. Escribir es todo lo contrario. Es la única chance que tenemos los cagones de llegar a ser eternos”, escribió en 40, su último cuento, publicado en julio del 2005, también de este lado del río, también en la revista La Mano. Por entonces, aseguraba que estaba a punto de sacar un volumen titulado 40 y otros cuentos. Pero hasta el año pasado, cuando vino a Buenos Aires a presentar La Alemana en la librería El Ateneo de Santa Fe y Callao, Escanlar no se hizo tiempo para publicar nada. Al menos en lo que se refiere a la literatura. Sí había sacado Disco duro (2008), una compilación de artículos periodísticos.
Aseguró, un año atrás, que lo último que había escrito era aquel cuento. Pero releyendo La Alemana era posible fabular con que dejaba un rato de lado el periodismo y volvía a escribir, volvía a tratar de ser eterno. Aunque viajar a Montevideo aseguraba una velada tan light como puede serlo una cena con whisky y pinchos de milanesa, parecía estar más tranquilo. Había vuelto a Búsqueda, donde disfrutaba de lanzar sus dardos indiscriminadamente. Pero también escribía más de lo que le gustaba que de lo que no. Y se quejaba porque no tenían tanta trascendencia sus gustos como sus odios. Se había casado y tenía una hija. Pero no pudo ser. Un paro cardíaco lo asaltó de golpe el jueves de la semana pasada. Pudieron revivirlo, pero finalmente falleció antes de las 9 de la mañana del viernes. El sábado pasado, en el cementerio del Buceo, sus amigos despidieron sus restos con un aplauso.
Es fácil imaginárselo como en la foto shockeante de Rafael Lejtreger, con el dedo medio bien desafiante, aun –o especialmente– en ese momento. Pero Escanlar era también un tipo querible. Y con muchos rostros. Por eso, en la misma entrevista en la que eligió a Sid Vicious, también había confesado que su canción preferida era Superhéroes, de Charly García, uno de sus ídolos incondicionales. “Ya ves no somos ni turistas, ni artistas de sonrisa y frac/ formamos parte de tu realidad”, canta Charly en ese tema, y es una estrofa que bien podría recitar ahora Escanlar, donde sea que esté, dedicándosela a sus fans y a los que no lo eran tanto.
“Si querés venir, vení –invitaba al final de aquella nota desmitificadora sobre su ciudad–. Montevideo Bizarro te espera con las luces apagadas. No vas a encontrar nada que no hayas visto allá, corregido y aumentado. Vas a encontrar, eso sí, un Uruguay más parecido a ustedes de lo que te gustaría. Mas embarrado, más berreta. Y, también, más auténtico.”
Como lo era el Cabeza.

Suplemento Radar de Página/12, domingo 21 de noviembre de 2010.

* Otra de Martín Pérez sobre la salida de su última novela, que llegó a publicar en 2009, La alemana. Acá.

martes, 4 de enero de 2011

El desafío es trabajar sobre lo que une

 Imagen que no respeta la original de la nota porque se nos canta

Por Gerardo Fernández

Noto con estupor cómo avanza esa tendencia a explorar las diferencias, a un chicaneo que, la verdad, no sé adónde puede conducir. Pareciera que ya está todo conquistado, que en consecuencia se puede tirar por la borda al que teníamos al lado hasta hace unos pocos días.
La verdad es que me preocupan tanto los progresistas que apoyan a Cristina pero entienden que el PJ es una cueva de mafiosos como los peronistas que razonando de una manera obtusa no observan que sin el concurso mancomunado de todo lo que expresa al kirchnerismo por fuera del PJ no hay victoria asegurada.
Pareciera que de un momento a otro los peronistas se olvidan del compromiso que tuvieron Martín Sabbatella y otros sectores en momentos durísimos donde no pagaba nada ser fiel a un proyecto como sin ir más lejos la 125 y parece que también muchos compañeros del EDE, tomándolo como la expresión más orgánica del kirchnerismo no peronista, olvidan que sin el encolumnamiento del PJ no hubieran habido leyes como la Ley de Medios o de Matrimonio igualitario.

La línea divisoria de aguas no puede pasar por "peronismo-progresismo" sino, en todo caso, por ver quienes están por la profundización del modelo y quienes no.
Si no somos capaces de encontrar fórmulas superadoras para encauzar el debate, priorizando las coincidencias por sobre los desacuerdos demostraremos una pobre capacidad de acción política transformadora. Siempre hemos dicho y repetido hasta el cansancio que la complejidad de la lucha y el poderío del enemigo requieren del concurso de vastos sectores del pueblo en un trabajo mancomunado. Entonces ¿Cómo puede ser que de un momento a otro nos estemos surtiendo, gastando, chicaneando entre los diversos sectores y las diversas tradiciones que conformamos este espacio kirchnerista?
No son gratis estos dardos, no pasan de largo, en algún lugar quedan y comienzan a infectarse.
¿Tan difícil es darse cuenta?

Publicado en el blog Tirando al Medio.

Felicidades


Las horas, los dias, meses y años, solo sirven para organizar nuestra memoria. Para nada más. Si no, que alguien me explique que es lo que cambia entre las diez de la noche del 31 de diciembre, cuando nos aprestamos a devorar el vithel toné, y las dos y media de la madrugada del primero de enero, cuando esquivamos una esquirla en medio de un acercamiento poco cauto a una explosión pirotécnica. Unas copas de sidra a lo sumo. No mucho más.
Le he dado vueltas al asunto y a la brillante conclusión que llegué es que, ni más ni menos, el o los cambios se producen en la cabeza de las personas. O en sus almas, lo mismo dá aquí. 
Pensemos en procesos, ciclos, momentos y toda otra gama de clasificaciones temporales que ayudan a encuadrarnos de alguna forma para no perdernos en el mar de obligaciones, plazos, límites y toda clase de cinturones del espíritu que el ser humano ha impuesto a su propio andar por la Tierra. 
Ok, la organización de la sociedad necesita de ellos para funcionar correctamente, como lo hace hoy...Pongamos que esto es así. Ahora yo digo: encontrarle la vuelta a todo este asunto, es cosa de cada cual. Ver la trama de la Torre de Babel no es tarea de magos o dioses, sino un laburo existencial que requiere más de intenciones que de experiencias, aunque estas ayuden tanto para conocerse a si mismo. A nuestros límites.
Porque ahi sí que los límites son bien visibles, dentro de uno me refiero. Sabemos o intuimos cuando algo no dá para más. Sentimos el desgarro de lo que se rompe y vamos saboreando despacio la dulzura de un comienzo. Atesoramos lo justo y necesario para poder volar, o decidimos con la inacción mantenernos aplastados en tierra firme, cargando enormes alforjas de desazón crónica. Elegimos creer en la mentira y vivir en ella, como el personaje traicionero de Matrix, o arriesgar de una vez los ojos ciegos de luz para sacar la cabeza del agujero y despegar los párpados embadurnados de intrascendencia egoísta y material. Y ver de una vez que somos esta mierda que somos, pero queremos cambiar para poder volver a cambiar, caminando, equivocandonos. Humanos y errantes.
Volvamos al calendario, a las fiestas. ¿Sirven para algo? Si, para engordar con justificación. Para cumplir, para reir, para llorar, para beber lo que no se bebió en todo el año o para continuar la chupadera, según el caso. Para verse por fuera, actuando las más de las veces. Para recordar. Y para fijar nuevos plazos ficticios.
Y lo digo no por descreído, sino porque esas metas no son más que pura bocinería cuando no hay un convencimiento profundo del cambio. De dejar vacía esa cáscara que fuimos hasta hoy, para pegar el salto y transformarnos en el fruto de nuestro propio esfuerzo interior por ser mejores personas de las que fuimos hasta ahora. 
Por eso propongo desde aqui una nueva función de estas fiestas, que coinciden para nuestros occidentales cerebros con el fin de año: un momento de reparación interior, de convencimiento de nuestras fuerzas y de verdadero compromiso con lo trascendente, con lo que nos dá  verdadera felicidad, si es posible bien lejos de cualquier objeto material y de la omnipresencia de ese gran perturbador que es el ego.
Cada uno establecerá por qué caminos andarán sus respuestas. Algunos prefieren llamarle Dios, otros las sentirán en la maravillosa brisa que dá el ser libres, y algunos más las tocaran en las manos de sus hijos. Es indistinto. Lo más importante, siempre, será saber que bajar los brazos es la opción que no debe estar en el menú navideño.
Solo así serán felices las fiestas.

Lupa 3-1-11

lunes, 3 de enero de 2011

Una foto de América Latina

Al leer Presidentes de América Latina, libro que condensa las entrevistas que hizo Daniel Filmus y emitió Canal Encuentro, se puede poner en concreto a que nos referimos con “el cambio de etapa” en la región. Desde el prólogo, el autor enumera y saca cuentas a partir de una reunión de presidentes de países miembros de la UNASUR:

“Sin lugar a dudas, uno de los participantes provenía de alguno de nuestros pueblos originarios de la región andina. Otros tres mostraban rasgos que denotaban el mestizaje y la integración de las culturas europeas con las nativas. Además, un participante tenía antepasados africanos y otro, rasgos propios de los habitantes de la India. Así se completaba un cuadro que mostraba que la hegemonía absoluta de descendientes de europeos en una reunión de tan alto nivel estaba declinando.
"La misma mirada permitía observar que se trataba de gente relativamente joven para la responsabilidad que desempeñaba. De hecho, sólo dos de los asistentes superaban los 60 años, edad que en otra época habría sido la mínima requerida para participar de una reunión como esa.
"Varios de los que hablaron hicieron referencia a sus profesiones y trabajos anteriores. Contrariamente a lo que podía esperarse, los abogados no eran mayoría. Uno había sido campesino y contó que desde muy pequeño había trabajado en el campo. No pocas veces, su familia pasó hambre porque la producción no alcanzaba para alimentar a todos. Tuvo seis hermanos, pero cuatro enfermaron y murieron antes de los dos años de vida. Otro fue obrero metalúrgico, tuvo veintitrés hermanos y atravesó condiciones de vida similares. Dos eran médicos. La pediatra hizo referencia a su profesión para enfatizar la prioridad que merecía la situación de los niños más pobres en el debate que se estaba realizando. El otro, médico oncólogo, a pesar de sus nuevas funciones seguía atendiendo pacientes al menos una vez por semana. Militares ha habido muchas veces en reuniones como esa; de hecho, durante algunas décadas fueron mayoría. Sin embargo, en este caso el único militar presente había sido elegido democráticamente y un golpe de Estado intentó derrocarlo. Como era de esperarse, había economistas, pero no parecían ser “Chicago boys”. Uno de ellos se había graduado en una universidad de la antigua Unión Soviética. El otro, de origen humilde, logró estudiar en la universidad gracias a una beca ganada por méritos académicos. Su lenguaje “antineoliberal” habría asustado a los economistas que solían descollar en este tipo de reuniones. Para agregar heterogeneidad a las profesiones presentes, también participaba en la reunión un físico-matemático, que durante largos años fue docente. De cualquier manera, y sin lugar a dudas, lo más innovador resultó ser la presencia de quien hasta hace poco tiempo se había desempeñado como obispo.
"La mayor parte de los presentes no provenía de familias de la aristocracia, y sus vidas transcurrieron lejos de los miembros del establishment de sus respectivos países. Sólo dos de ellos pertenecían a familias cuyos padres habían finalizado los estudios universitarios. Por el contrario, cinco debieron trabajar desde pequeños para contribuir a la economía familiar o solventar sus estudios. En muchos casos, sus familias padecieron persecución política. Las experiencia más graves las constituían quien había visto caer en prisión a su padre más de veinte veces, y a sus tres hermanos torturados y expulsados del país, quien conoció a su padre a los 5 años porque había sido preso político, y quien sufrió la muerte del suyo después de soportar intensas torturas en las cárceles del régimen militar de Pinochet. Los padres de dos de los mandatarios presentes habían sido asesinados cuando ellos eran aún niños.
"La mayoría de los asistentes a la reunión habían sufrido proscripción, detenciones o exilio por razones políticas. También la mayor parte de ellos había participado en movimientos sociales o políticos que tenían como objetivo defender los derechos humanos y las condiciones de vida de los más humildes. Quizá por ello, para dirigirse a sus pares no usaban títulos profesionales u honoríficos. Ni “excelencia” ni “doctor” o “doctora”. En cambio, no resultaba impostado el uso -con complicidad y hasta con orgullo- de los calificativos de “compañero” o “compañera”.” (Del Prólogo de Presidentes de América Latina, de Daniel Filmus).

Estos son los presidentes a los que se refiere:
Cristina Fernández (Argentina)
Evo Morales (Bolivia)
Lula da Silva (Brasil) (todavía era el presidente)
Michelle Bachelet (Chile) (todavía era la presidente)
Álvaro Uribe (Colombia) (todavía era el presidente)
Oscar Arias (Costa Rica) (todavía era el presidente)
Rafael Correa (Ecuador)
Daniel Ortega (Nicaragua)
Fernando Lugo (Paraguay)
Tabaré Vázquez (Uruguay) (todavía era el presidente)
Hugo Chávez (Venezuela)